Código Postal 4740
El Presidente vetó este sábado la ley sancionada por el Congreso que establecía un aumento del 7,2% para jubilados y un refuerzo al bono, además de declarar la emergencia en discapacidad. Mientras el Gobierno trabaja para blindar la decisión en Diputados, sigue la represión a las protestas frente al Congreso.
Milei firmó los vetos y bajó el pulgar al aumento de las jubilaciones y la emergencia en discapacidad:
Javier Milei encabezará este miércoles el relanzamiento formal de la campaña legislativa en el principal distrito electoral del país, Buenos Aires, con una foto con sus candidatos seccionales. Lo hará después de haber firmado este sábado el veto al aumento jubilatorio y la ley que declaraba la emergencia en discapacidad.
El Presidente dejó en claro desde un inicio que no cedería ante medidas que impliquen más gasto social. Pero también prometió en su campaña presidencial que al ajuste no lo iba a pagar la gente sino la casta política. Lo primero lo cumple a rajatabla, inclusive cobrando más impuestos a la población. Lo segundo no lo cumple para nada a juzgar por los salarios y haberes de miseria que cobra la gran mayoría de los ciudadanos en la Argentina; y en especial, los jubilados.
“Cualquier incremento en el gasto público que comprometa el equilibrio fiscal se encontrará con un muro innegociable en este presidente y en 87 patriotas del Poder Legislativo. Si es necesario, les vamos a vetar todo”, proclamó en un comunicado oficial, en septiembre del año pasado. Aquel episodio marcó el tono de su gestión: el mandatario vetó el primer intento de la oposición de conseguir una mejora para los jubilados con una ley de movilidad jubilatoria que otorgaba un 8% adicional y celebró que la Cámara de Diputados no lograra los dos tercios para revertir su veto. Incluso organizó un asado en la Quinta de Olivos para homenajear a quienes definió como los “87 héroes que le pusieron un freno a los degenerados fiscales”.
El 10 de julio pasado, la oposición consiguió aprobar por segunda vez en el Congreso un paquete de alivio social que incluye un aumento excepcional del 7,2% para todas las jubilaciones, llevar de $70.000 a $110.000 el bono para quienes cobran la mínima, una prórroga de la moratoria previsional y la emergencia en discapacidad. Milei anticipó que vetaría todas estas leyes por considerarlas una amenaza a su plan económico. “Un incremento de las pensiones conspira contra su objetivo de mantener el equilibrio fiscal”, argumentó. El sábado, cumplió su amenaza y firmó los vetos que hoy se publican en el Boletín Oficial.
Fiel a su estilo beligerante, acusó de “genocidas” a los legisladores que apoyaron las mejoras sociales. En declaraciones radiales, tildó de “hijos de puta” a los senadores opositores por votar lo que él calculó como un aumento del gasto “de casi tres puntos del PBI”. Simultáneamente, anunció un recorte de retenciones al agro que costará hasta 0,22% del PBI en recaudación, la mitad de lo que implicaría el aumento a jubilados.
Milei tenía plazo hasta este lunes 4 de agosto para firmar los vetos. En la Casa Rosada confían en reunir el número de diputados necesario para impedir que la oposición logre los dos tercios para rechazar los vetos presidenciales. La negociación política fue intensa en las últimas semanas: el oficialismo activó gestiones con gobernadores aliados, ofreció partidas extraordinarias y cerró pactos electorales locales a cambio de colaboración parlamentaria. Con la incorporación de los llamados “radicales con peluca” al interbloque de La Libertad Avanza, el bloque oficialista consolidó una base cercana a 46 votos propios. A ellos se sumarían diputados del PRO y otros aliados provinciales, con lo cual el Gobierno calcula acercarse a los 80 votos. Las ausencias serán clave: el oficialismo necesita alrededor de 86 votos presentes para garantizar el veto.
El trasfondo de esta disputa es eminentemente político-electoral. Milei apuesta a exhibirse como el Presidente que no se doblega ni siquiera en año electoral, confiando en que sus votantes premien su coherencia. Sin embargo, el costo político podría ser alto en sectores sensibles a la situación de jubilados y personas con discapacidad. No es casual que cinco gobernadores hayan lanzado un frente con críticas al ajuste libertario. Las imágenes de abuelos reprimidos y la retórica explosiva del Presidente generan ruidos en las alianzas que Milei teje rumbo a octubre.
La determinación presidencial de frenar el aumento jubilatorio ocurre en un país donde gran parte de la población vive una emergencia económica silenciosa. La Argentina cuenta con unos 7,4 millones de jubilados, de los cuales 63,5% cobra la mínima. Esa jubilación mínima se ubicó en julio en $309.000, que gracias a un bono de refuerzo llega a $379.000. Al tipo de cambio vendedor de $1.375 por dólar (pizarra del Banco Nación del viernes), equivale a unos 278 dólares mensuales. Este ingreso apenas roza la línea de pobreza: según el último dato del Indec, una persona adulta necesita $358.048 mensuales para no ser pobre, monto que no contempla necesidades específicas de la tercera edad. La Defensoría de la Tercera Edad estima que un jubilado debería percibir más de $1,2 millones para cubrir una canasta básica adecuada.
En 2024, con la inflación aún fuera de control (y aunque ahora baja todavía persiste y, a diferencia de los ingresos de las personas, los precios suben todos los meses), el haber mínimo real perdió 4,4% de poder de compra desde el cambio de gobierno. En febrero de ese año, el haber real tocó su peor nivel en 15 años, ubicando a la mitad de los adultos mayores por debajo de la línea de pobreza. El proyecto aprobado por el Congreso implicaría llevar la jubilación mínima a alrededor de $441.200, un monto que, si bien seguiría siendo bajo, representaría un alivio concreto para quienes cobran menos.
Lejos de resignarse, los jubilados argentinos ganaron visibilidad con protestas semanales frente al Congreso. Desde el año pasado, cada miércoles se congregan para exigir una jubilación digna, y cada semana enfrentan un despliegue policial más intenso. El Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich convirtió estos reclamos en campo de pruebas para su protocolo antipiquetes. El operativo del 30 de julio fue particularmente violento: fuerzas federales triplicadas que usaron gas pimienta y balas de goma incluso contra jubilados de avanzada edad y periodistas. Hubo al menos cinco detenidos y decenas de heridos. Las imágenes de abuelos con bastones enfrentando escudos policiales son el símbolo de una nueva época amarga para los bosillos de los adultos mayores.
Bullrich reivindicó estas acciones como necesarias. “Demostramos que tenemos la posibilidad de sacar cosas importantes en el Congreso y el control de la calle. Cuando quieren destruir nuestro programa, lo defendemos”, dijo. Milei delegó en Bullrich la misión de poner reprimir mientras él pasa la motosierra contento, sin acusar recibo del sufrimiento de las personas, con la carcajada de payaso loco. “Las calles no se toman... si se toman, habrá consecuencias”, advirtió la ministra. Esa política se tradujo en operativos semanales de disuasión frente al Congreso, con gendarmes, detenciones preventivas y uso recurrente de gases.
La tensión en las calles va en aumento. Los jubilados que protestan cada miércoles ya son acompañados por sindicatos, movimientos sociales y sectores políticos decepcionados con sus propias dirigencias. “No vamos a salir de las calles”, advierten los manifestantes. La persistencia de estas marchas semanales, pese a la represión, generó comparaciones con las movilizaciones de los años noventa lideradas por Norma Plá. Su figura reaparece en pancartas que claman “todos seremos jubilados, es cuestión de tiempo”.
Milei juega al límite. Retrasar el veto de las leyes le dio tiempo para la rosca política y para intentar contener la presión social. Si su cálculo resulta correcto, se anotará otra victoria legislativa: impondrá nuevamente su ajuste, pero a costa de intensificar el desgaste de su imagen. La batalla final se dará en el recinto. Si Milei triunfa en sostener sus vetos, llegará a octubre con un ajuste invicto bajo el brazo, pero deberá cargar con las consecuencias: jubilados empobrecidos, personas con discapacidad desprotegidas y una sociedad que se debate entre apoyarlo en octubre, en su afán de “normalizar” la economía, o hacerle sentir el rigor de las urnas: la que sigue viviendo muy bien, pese al paso del tiempo y gracias a su propio gobierno, es justamente la casta, no la gente.
JJD
La aventura independentista de Grabois que amenaza con la ruptura de Fuerza Patria. Los nombres a encabezar la boleta de diputados nacionales en PBA. Las 15 bancas a renovar en el Congreso y la apuesta a ponderar la unidad.
En las horas frenéticas de la noche del cierre bonaerense, Cristina Fernández de Kirchner levantó el teléfono para intervenir en dos oportunidades. Para convencer a Axel Kicillof de bajar la candidatura de Verónica Magario (y de todas las candidaturas testimoniales) y para que Leo Grosso, del Movimiento Evita, entrara como candidato. En la primera fracasó, no así en la segunda, pero eso fue todo: aislada en su departamento sobre la calle San José, CFK delegó en sus armadores de La Cámpora la confección de las listas. Un ejercicio remoto del liderazgo que, a días del cierre nacional, tendrá un desafío: el de mediar para impedir que la unidad explote por los aires.
“Hay que ir juntos para resistir a Milei, no para posicionar gente para 2027. Hay que ser hijo de puta”, dispara, malhumorado, una de las primeras líneas de La Cámpora. De diálogo casi diario con CFK, el dirigente sintetiza, así, la reacción que tuvo el cristinismo frente a la aventura independentista de Juan Grabois. El gran drama de la interna peronista que se presenta, por estas horas, como la principal amenaza de ruptura en la previa del cierre de alianzas nacionales del 7 de septiembre.
En La Cámpora fueron más cautos que en el massismo –en donde salieron a calificar a Grabois de “mentiroso, delirante e inútil”–, pero CFK no perdió oportunidad para transmitir su enojo. En el cristinismo, el ultimátum del líder de Patria Grande, que advierte que jugará por afuera si Sergio Massa encabeza la lista de diputados nacionales, cayó como un baldazo. Casi como una traición. “Los que antes me decían que me deje de pelear con Axel son los mismos que se quieren pelear”, se quejó el propio Máximo Kirchner, en una entrevista con Cenital.
Detenida con prisión domiciliaria en Constitución, CFK observa desde arriba la discusión interna. No cuenta con la centralidad política que tenía antes del fallo de la Corte Suprema –o, incluso, en las semanas posteriores al anuncio de su inhabilitación–, pero ejerce su liderazgo como el martillo de un juez cuando hay una disputa. Y, a dos años de las PASO entre Massa y Grabois, la presidenta del PJ advierte que debe volver a intervenir para mediar en la guerra de extremos del peronismo frentista.
No está contenta con la vocación separatista de Grabois, y así se lo hizo saber al líder de Patria Grande (con quien nunca dejó de hablar). El rechazo de CFK, sin embargo, es más práctico que político. La ex presidenta tiene una calculadora en la cabeza que sopesa la cantidad de bancas que puede sumar el bloque peronista de la Cámara de Diputados y percibe que, de ir separados, el peronismo podría perder un diputado. El cálculo es por el sistema D’Hondt, la fórmula electoral que se utiliza para establecer el reparto de escaños y que tiende a favorecer la acumulación de votos por sobre la disgregación.
“El peronismo tiene 15 bancas para renovar en PBA, ¿cuál es la mejor manera de renovarlas? Bueno, se decidió que era con la unidad”, grafica Máximo, en espejo de lo que piensa, por estas horas, su madre. CFK está preocupada por la composición del Congreso, que observa como el último bastión de la resistencia de la oposición frente a Javier Milei. El objetivo, explican en su entorno, es sumar masa crítica para poder conformar alianzas legislativas que permitan sortear los vetos presidenciales. Sin número, insisten, no hay resistencia posible. Y la unidad garantiza más escaños.
Este es el argumento que explica, por ejemplo, la presencia de Guillermo Moreno en un acto encabezado por Máximo en Hurlingham. Una aparición que, por un lado, funcionaba como un mensaje cifrado en medio de la interna entre el intendente Damian Selci y “Juanchi” Zabaleta: una suerte de sello de garantía peronista frente a un Zabaleta que acusa a La Cámpora de ser “gorila”. Pero, por el otro, una apuesta a reforzar la idea de que, en esta elección, la prioridad es ir juntos. Con todos. Hasta con Moreno, antiguo enemigo de Axel Kicillof y de La Cámpora y que, ahora, se especula que irá séptimo en la lista de diputados nacionales. Tábula rasa.
En Patria Grande, sin embargo, se resisten a este análisis. El argumento es que Grabois, de jugar por afuera, podría sumar votos de electores menos proclives a votar a Massa. Es la misma lógica que atravesó las PASO de 2023, en las que Grabois fue a una interna presidencial con Massa para sumar votos por izquierda y terminó sacando 1,4 millones de votos (la mayoría en Provincia de Buenos Aires).
“No hay votantes de Juan que no nos voten a nosotros”, mascullan, sin embargo, en La Cámpora, y advierten: “No hay lugar para impugnar a nadie. Y Massa forma parte de esta nueva etapa del kirchnerismo”.
Las negociaciones con Patria Grande están abiertas y en el kirchnerismo, pese al mal humor, apuestan a poder cerrar una lista de unidad en la Provincia de Buenos Aires para el 17 de septiembre (fecha de la presentación de las listas nacionales). Es, después de todo, el mayor desafío que tiene Fuerza Patria por estas horas, ya que en otros distritos, como Ciudad de Buenos Aires, el camino está mucho más allanado.
Del otro lado de la General Paz, por ejemplo, el camporista Mariano Recalde se hizo cargo de la campaña y se dedicó a sumar a los espacios que habían competido por afuera en la elección porteña. Principios y Valores (Moreno), el Movimiento Evita (Juan Manuel Abal Medina) y Unidad Popular (Claudio Lozano) –ninguna de las cuales logró superar el piso en la elección local– irán dentro de la lista de Fuerza Patria. Recalde encabezará la lista de senadores nacionales, pero la de diputados es una incógnita: depende, una vez más, de lo que suceda con la negociación con Patria Grande. Si hay unidad podría ir Ofelia Fernández.
En PBA, mientras tanto, los negociadores analizan un nombre para encabezar que no genere dolores de cabeza a nadie. El objetivo es sostener la frágil unidad. Nada más. “Inodoro, incoloro, insípido”, ironiza un dirigente de La Cámpora. Es decir: alguien que no sea ni Grabois ni Massa. Hay varios nombres circulando, como el de Jorge Taiana o el del intendente de Pilar, Federico Achaval.
Existe la posibilidad, a su vez, de que el propio Máximo encabece la lista como una forma de no generar rispideces: sería una decisión aceptable tanto para Massa como para Grabois. Kicillof podría tener cierta resistencia, pero luego del desastroso cierre de alianzas, que estuvo al borde de la ruptura, el camporismo y el kicillofismo sellaron una tregua: resistir unidos hasta el cierre de listas. “Es un matrimonio por conveniencia. Esperamos que con el tiempo llegue el amor”, desliza, entre risas, un cristinista.
CFK tendrá el okey final. Al igual que con la estrategia, que Fuerza Patria aún no terminó de definir. El consenso mayoritario de las tres tribus, sin embargo, es que la campaña girará fundamentalmente en torno a Milei y sus políticas.
Otro eje, aunque secundario, será la campaña por la liberación de Cristina. Tendrá dos ejes: uno ciudadano y otro internacional. El ciudadano consistirá en la organización de comités barriales que harán campaña por la inocencia de Cristina, en sintonía a lo que fue el “Lula Livre” del presidente brasileño cuando fue detenido.
La otra pata, la internacional, ya está en marcha y buscará denunciar la proscripción de Cristina en foros extranjeros. Hay dos comitivas que viajarán, durante el fin de semana, a México y Brasil a participar de encuentros partidarios en ambos países. El objetivo es consolidar la campaña como una causa regional, llevándola por fuera de los límites de la coyuntura electoral. Una bandera que la propia CFK desliza que no tiene que ser la prioritaria.
MC/MG
La Genius Act de la Administración Trump ha activado la maquinaria contable de multinacionales y banca de inversión para otorgar certificado monetario a las criptomonedas. Amazon o Walmart barajan usar divisas propias para atender sus necesidades de financiación y pagos. El viejo sueño de Meta de alumbrar su Libra corporativa ha vuelto a renacer
La Administración Trump ha activado un doble resorte legislativo con el que pretende dar vuelo a una maltrecha economía, asolada por la escalada arancelaria y sometida a una incierta espiral inflacionaria, mientras acomete mínimos y cosméticos ajustes presupuestarios que eludan las ambiciosas dotaciones destinadas a Defensa y a cualquier segmento productivo que se pueda identificar con la seguridad nacional. La primera iniciativa, cargada de rebajas y exenciones a los beneficios empresariales y grandes fortunas, con nulos gestos de austeridad fiscal, responde al rimbombante nombre de One Big Beautilful Bill Act (BBB). La segunda, con la que busca espolear a las stablecoins como nuevo estandarte monetario del sector privado dentro de una estrategia MAGA para catapultar la tecnología americana en la era de la IA y del Big Data, ha sido bautizada con otra designación grandilocuente: Genius Act.
Es en este contexto, que coincide con el valor del dólar más bajo desde 1973 y sometido a varias vías de agua de presión global- es en el que las stablecoins, divisas con alma cripto y curso legal en EEUU después de sus pioneras reglas de juego oficiales en el mundo, han empezado a florecer en las mesas de los consejos de administración de varias multinacionales y entidades financieras que dominan Wall Street. A pesar de que este cripto-arsenal monetario, concedido por la Casa Blanca a sus empresas para que gestionen sus flujos de caja y de liquidez, haya despertado voces críticas en el mercado que alertan del enorme riesgo tanto para el sistema financiero como para los consumidores de unas monedas virtuales que más tarde o más temprano acecharán al medio de pago hegemónico en el mundo: el billete verde (…) precisamente americano.
La Ley Ingeniosa recién aprobada por el Congreso de mayoría republicana va a transformar un valor en un medio de pago con una mínima regulación, aducen quienes se preguntan si serán las stablecoins en vez de los BRICS + y sus pretensiones monetarias las que firmarán el acta de defunción del dólar como divisa hegemónica mundial.
Puede que suene aún a exagerado, pero existen no pocas señales de alarma; y no precisamente recientes. La tokenización, asumen tecnólogos y economistas, tiene el potencial de agilizar y de hacer más eficientes los pagos. Pero contiene un lado oculto, la volatilidad, poco transparente, asociado al hecho de que las criptomonedas no son una reserva de valor estable y, por tanto, no resultan un método de transferencia recomendable. De igual manera, pueden ser un probable foco de colapso crediticio futuro. No por casualidad, las entidades emisoras de stablecoins ya se han convertido en una fuente de demanda de bonos americanos.
Tether compró más de 33.000 millones de dólares en 2024 y ya posee más títulos del Tesoro de EEUU que Alemania. De forma que, si este mercado continúa su despegue -dicen ciertos bancos de inversión-, los tenedores de stablecoins se convertirían en compradores cautivos de billones de dólares sus bonos soberanos y, en caso de desencadenarse otra fuga masiva de capitales, el espectro de otra crisis financiera volvería a merodear por los parqués bursátiles y la reaparición de un billonario rescate federal sería inevitable.
Aun así, varios emporios norteamericanos podrían lanzar pronto sus propias monedas estables a la estela de la Ley Ingeniosa. The Wall Street Journal habla abiertamente de las intenciones de Amazon y Walmart de iniciar el proceso de emisión de sus propias monedas estables, vinculadas a un valor fiduciario, en este caso, de manera general, el dólar americano, tal y como lo utilizan las firmas de criptodivisas para adquirir tokens. Aunque desde sus páginas editoriales advierte de que la instauración de este método de pagos atenta contra los pilares del comercio y supone un cambio radical en el ecosistema de transacciones mercantiles nacionales e internacionales.
Allison Schrager, columnista en Bloomberg, rememora la historia de las criptomonedas de la que dice que siempre “siempre ha presentado un halo de incertidumbre”. La tokenización tiene el potencial de agilizar y hacer más eficientes los pagos, pero su gran obstáculo es la volatilidad, ya que nunca han adquirido el estatus de reserva de valor estable y, por lo tanto, no son un medio de pago útil. Las stablecoins solucionan este problema buscando mantener una vinculación con el dólar, que pueden lograr de varias maneras, la más común de las cuales es utilizar activos de bajo riesgo como las letras del Tesoro como respaldo.
A su juicio, con la Ley Genius, la Administración Trump ha generado un clima similar a la que se instaló en EEUU en 1830. Cuando los bancos emitieron sus propias divisas bajo regulación de los distintos estados de la Unión. En esta ocasión, las empresas que opten por emisiones inferiores a 10.000 millones de dólares estarían fiscalizadas por los estados, mientras que las operaciones que rebasen ese umbral pasarían a estar supervisadas por la Reserva Federal. Pero subyace una misma cuestión que entonces llevó al sistema financiero a tambalearse: los daños directos sobre el consumidor ante los vaivenes en la cotización de su activo matriz, el dólar. Bien es cierto que en el Siglo XIX -admite Schrager- el caos regulatorio entre estados era la norma. Como tampoco el billete verde americano era una moneda fiduciaria universal ampliamente disponible. Pero el consumidor sigue siendo la parte más débil del eslabón token.
En un momento en el que los mercados sufren una especial volatilidad y una incertidumbre que se ha instalado en el clima inversor no solo por el temor a una estanflación insuflada por un alza de aranceles que dañará el comercio y la producción industrial, sino por el voltaje geopolítico imperante. No en vano, las ventas al exterior de las compañías que conforman el S&P 500 se acercan al 28% de los 17 billones de dólares de sus ingresos en 2024, con elevadas exposiciones en sus negocios de Asia-Pacífico (10%) y Europa (5%). Y sus firmas del sector tecnológico, las que acaparan más de la mitad del valor de su indicador, recaudan en el exterior el 56% de sus ventas.
Para más inri, y a pesar de la recuperación de la última semana por la sucesión de acuerdos con EEUU en materia arancelaria, la debilidad del dólar se mantiene por encima de los dobles dígitos desde el comienzo de la versión Trump 2.0. Bajo otra premisa legislativa del universo MAGA: la apuesta por la IA generativa para revitalizar la hegemonía tecnológica de EEUU.
Todo ello ha propiciado un caldo de cultivo idóneo para la inversión en criptodivisas. Los activos de una pyme americana se dispararon esta semana un 3.000% por su estrategia de acumular un gran volumen de Ethereum, la plata en el pódium cripto, tras el indiscutible reinado del bitcoin, y la creencia -casi dogma de fe- de los inversores minoristas de que este cambio de régimen en el orden monetario ahorrará cantidades significativas en comisiones de tarjetas de crédito a los usuarios que las usen como método de pago.
De poner en marcha sus propias monedas, Walmart y Amazon -y se supone que una larga lista de compañías que sopesan implantar esta fórmula transaccional- darían un gran golpe de efecto a Visa y Mastercard. “Si una fracción de su base de clientes comienza a usar una moneda estable emitida por una tienda en lugar de una tarjeta respaldada por Visa, se perderán varios miles de millones de dólares en comisiones de intercambio de la noche a la mañana”, declara Will Reeves, director ejecutivo de la aplicación de recompensas de bitcoin Fold, a Business Insider.
Aunque la puntilla podría venir de los grandes bancos de inversión, que ya han adoptado planes corporativos con stablecoins. El director ejecutivo de Bank of America, Brian Moynihan, constata que su firma está desarrollando su propia criptodivisa, aunque aún sin un calendario específico para su lanzamiento, que se realizará “en el momento oportuno y probablemente en comandita con otros actores del sector”.
Igualmente, su homóloga de Citigroup, Jane Fraser, también ha expresado su interés en lanzar una moneda estable para facilitar los pagos digitales tras avanzar hace unas fechas las ganancias del segundo trimestre, así como su puesta por entrar en el sector de depósitos tokenizados, por explorar “nuevas soluciones con monedas estables en gestión de reservas o prestaciones de los servicios de custodia”.
Morgan Stanley, según su directora financiera, Sharon Yeshaya, reconoce posibles usos futuros para sus clientes con criptodivisa propia, al igual que JP Morgan, a pesar del escepticismo que la medida despierta en su máximo ejecutivo, Jamie Dimon, por su tenue regulación, o Goldman Sachs, cuyo número uno, David Salomon admite la existencia de un “grupo de trabajo operativo que está concentrado en su evolución”.
También Meta acaba de renovar sus votos a favor de su cripto-divisa. La compañía que fundara y dirige Mark Zuckerberg ya mostró su deseo de lanzar Libra en 2019, cuando aún se hacía llamar Facebook, de rebautizarla como Diem en 2020 al comienzo de la legislatura de Joe Biden, que redobló la supervisión de la SEC sobre estos activos, avanzó en mayo su intención de rescatar el proyecto de las cenizas.
En cualquier caso, los mensajes de alerta se suceden. Bill Smead, un reputado inversor, dueño y señor de Smead Capital Management, muestra en reciente nota a clientes una relación directa entre “la línea de la muerte” dibujada por los indicadores de rentabilidad del S&P 500 durante la crisis de las punto.com, hace ahora 25 años, y su trayectoria actual ajustada a la inflación. Hay algo en el clima de Wall Street que huele al año 2000 y que se agudiza con Trump haciendo un daño casi irreparable al dólar.
Aunque, quizás, el mensaje más demoledor haya sido la del gobernador del Banco de Inglaterra (BoE), Andrew Bailey, quien alerta a la gran banca que no emitan sus propias monedas estables, pese al riesgo de provocar un conflicto con la Casa Blanca por su respaldo a los activos digitales. “Preferiría que los bancos asumieran las versiones digitales del dinero tradicional, los conocidos como depósitos tokenizados, en lugar de stablecoins que amenazan con sacar dinero del sistema bancario y dejar menos fondos disponibles para préstamos, afirma en una entrevista en Times.
A más de cinco décadas de su surgimiento y expansión por América Latina, la Teoría de la Liberación recupera fuerza y, de la mano de las comunidades acorraladas por los extractivismos y de sacerdotes que se hacen eco de la “primera encíclica verde”, Laudato Si’, vuelve a recuperar el mensaje cristiano en clave de justicia ambiental.
Asesinatos, detenciones, abusos y desalojos, el lado B de la minería en América Latina
La Iglesia se metió de lleno en la discusión por la extracción de petróleo en Vaca Muerta Sur que afecta a la Patagonia
Por casi 2.000 años, la Iglesia Católica –por entonces absolutamente mayoritaria en América Latina– se preocupó más por la salvación de las almas que por los entornos y circunstancias en los que esas almas vivían. Hubo, desde luego, figuras disidentes –como Fray Bartolomé de las Casas, quien escribió Brevísima relación de la destrucción de las Indias– que dieron cuenta del arrasamiento que siguió a la conquista de América.
Fueron minoría y hubo que esperar casi cuatro siglos para que –bajo la forma de la denominada Teología de la Liberación– surgiera en y para este continente una mirada que convirtiera a los textos sagrados en una hoja de ruta. Todo sucedió después del Concilio Vaticano II y de un Papa (Juan XIII) muy consciente de que la alevosa desconexión entre la Iglesia y el mundo exigía una urgente modernización.
El proceso conciliar implicó más de 2.000 asistentes (o “padres conciliares”, venidos de todo el mundo), dos años de duración, dos Papas (Juan para la apertura y su sucesor, Paulo VI, para el cierre) y una lengua (el latín) que, para cuando proceso estuvo terminado, ya no era la única en la que hablaba la Iglesia. En efecto, aquel vigésimo primer concilio ecuménico marcó un nuevo rumbo en una institución milenaria y definitivamente hostil al cambio.
Entre los muchos resultados de aquel encuentro, hubo uno más que simbólico: se pasó de la misa en latín –llena de “ora pro nobis”, “Agnus dei quitoli pecata mundi” y mil frases más que la gente repetía sin entender– a una en lengua vernácula. De repente, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hablaron fuerte, claro y en paisano. Más aún, el padre oficiante –que había estado por siglos de espaldas a los feligreses– comenzó a dar misa mirando a la gente. Directo a los ojos de sus comunidades. Distraerse entre hostias y pilas bautismales, con el tiempo, dejó de ser opción. El compromiso era ahora con los pobres reales, con los descalzos de carne y hueso.
El resto ya es historia: el sacudón lo conmovió todo y terminó sintiéndose mucho más allá de catedrales y tiempos. Tanto que se volvió una reacción en cadena: tres años más tarde, en 1968 y con el objetivo de adaptar a la realidad latinoamericana el mensaje del II Concilio, se desarrolló en Medellín, Colombia, la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM). Y en 1971 vio la luz el que se considera el texto fundacional del movimiento: Teología de la Liberación, del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez.
En este texto se consignan los fundamentos de una revolución “desde abajo” que –en tiempos de Guerra Fría– fue mirada con enorme desconfianza tanto por los Estados Unidos como por las oligarquías que eran sus aliados locales.
Ya desde entonces fue clara la relación directa entre las venas abiertas de esos territorios degradados y las condiciones de vida de quienes los habitaban. Sólo que, con los años, ese vínculo entre la revolución “desde abajo” y la lucha en defensa del ambiente se volvió insoslayable. Pelear en defensa de los pobres fue sinónimo entonces de alzar la voz por los ríos, la selva, los montes. La tierra vuelta metáfora de las vidas que dependían de ella.
No por casualidad a Gutiérrez, que en mayo de 2018 cumplió 90 años, el papa Francisco lo felicitó diciendo: “Gracias por todos tus esfuerzos y por tu forma de interpelar la conciencia de cada uno para que nadie quede indiferente al drama de la pobreza y de la exclusión”. ¿Coincidencia? En absoluto.
Volviendo a los días posteriores al Concilio, todo fue por entonces una revolución. En un proceso de bajada de la Biblia a la tierra, cerca del sufrimiento y de las luchas de lo que el pensador uruguayo Eduardo Galeano bien llamó “los nadies” (“los hijos de nadie, los dueños de nada. Los ningunos, los ninguneados. Corriendo la liebre, muriendo en vida”), parte de la Iglesia de Latinoamérica dejó de lado la salvación personal y apostó a la redención colectiva. A la lucha por el Paraíso en la Tierra.
Sin embargo, la prédica de muchos de esos sacerdotes fue percibida como una amenaza, ya no sólo por los gobiernos autoritarios que pulularon en la década de 1970 sino también por la misma jerarquía de la Iglesia católica, más preocupada por resistir los embates del comunismo que por escuchar a sus fieles. Como decía –no sin ironía– el sacerdote Elder Cámara, único brasileño candidateado cuatro veces al Premio Nobel de la Paz: “Cuando doy de comer a un pobre soy un santo. Cuando pregunto por las causas de su pobreza, soy un comunista”.
Todo, con el tiempo, se volvió salvaje. En pocos años, el clima político se enrareció y una sotana ya no fue garantía de nada. Así, en mayo de 1974, en Argentina, un grupo armado de extrema derecha asesinó a balazos al sacerdote Carlos Mugica, parte del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Dos años más tarde, también en Buenos Aires, un grupo paramilitar ejecutó a tres curas y a dos seminaristas palotinos.
Pero tal vez fue el asesinato en plena misa de Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, lo que marcó un límite sangriento para esta Iglesia comprometida con su pueblo.
Con todo, los sacerdotes “en opción por los pobres” nunca se detuvieron sino que ajustaron sus acciones a un nuevo y más hostil paisaje. Los dos papados siguientes (Juan Pablo II y Benedicto XVI) volvieron a colocar a la Iglesia en su tradicional distancia con respecto al mundo. Hasta que la llegada al Vaticano de un cura venido desde el sur del sur y con una propuesta radicalmente distinta (“Hagan lío”) reavivó el mensaje del Concilio Vaticano II.
Hoy, al impulso de viejas demandas reescritas bajo nuevas lógicas y a la luz de textos-faro como Laudato Si’ (Loado seas, frase tomada de un texto de San Francisco de Asís y título de la carta encíclica del Papa Francisco considerada la primera “encíclica verde” por su defensa abierta de la Naturaleza y el llamado a cuidar de “la Casa Común”), el espíritu de la Teología de la Liberación parece volver a latir en distintos puntos de nuestra América.
En cada marcha, en cada discurso, en cada mensaje, son los sacerdotes unidos a sus comunidades y los curas de base lo que se colocan al frente de muchas disputas ambientales. Con una particularidad para nada menor: los sacerdotes alguna vez acusados de “rojos”(comunistas) son ahora rebautizados como “verdes” (en el sentido de ambientalistas) y reciben ataques y amenazas que a menudo se extienden a sus comunidades.
Los curas acompañaron los reclamos contra la minería en Esquel desde el principio, hace de esto ya más de dos décadas, y sostuvieron ese reclamo en el tiempo. En 2012, por ejemplo, los sacerdotes de la prelatura de Esquel se manifestaron abiertamente en contra de la megaminería y, seis años después, el cura Antonio “Tono” Sánchez Lara tuvo el extraño privilegio de participar de una “cumbre” de referentes políticos y empresarios mineros en Chubut. Allí, no bien tomó el micrófono, repudió la represión a los vecinos y dijo que “la empresa miente, la empresa compra conciencias”.
El tiempo pasó pero el padre, un cura salesiano, sostuvo y fortaleció su compromiso porque, como él mismo dice, “los partidarios de la megaminería nos acusan, a los que no deseamos la minería a cielo abierto, con explosivos y químicos, de ser alimentados por el gobierno, de no vivir en la meseta, de no entender sobre minería, de tener una vida fácil y segura. No es así, señores megamineros. Muchos vivimos y compartimos la vida, las ilusiones, las luchas y las esperanzas de la meseta. Muchos no estamos de acuerdo con la megaminería y la extracción de metales de nuestro suelo”.
En ese sentido, uno de los casos más emblemáticos es el de Antonio Juan López, un defensor del ambiente y responsable de la Pastoral Social en Tocoa, Honduras, quien fuera asesinado en diciembre de 2024 a la salida de la iglesia. López conocía y releía Laudato Si’, aparecida en 2015, el texto donde la máxima autoridad de la Iglesia católica habló no sólo de lo que denomina “pecados contra la Creación” –en referencia al daño ambiental del que en mayor o menor medida todos y todas somos responsables– sino que también de otro concepto clave: la “conversión ecológica”.
Signo de los tiempos, parecería ser que hoy el eje de la discusión ya no pasa tanto por cuestiones de fe, de mostrarse fiel a una determinada religión, sino más bien por volver a creer en la naturaleza como un gesto de Dios a la Humanidad. De allí, también, la obligación de protegerla y respetarla.
Pero que Laudato Si’ haya resonado como resonó en América Latina es cualquier cosa menos casual, sobre todo recordando los cinco siglos de despojo y saqueo que acumula el continente. Lo primero que se fue hacia Europa fueron el oro y plata; más tarde fue el turno del petróleo, el hierro y el cobre.
Y hoy, al compás de la reconversión energética, el mundo desarrollado requiere de tierras raras y de minerales –no por casualidad bautizados como “estratégicos”– cuyos depósitos se concentran en el sur del mundo. Así, según datos del Servicio Geológico de los Estados Unidos, 61% del litio que se requiere para las baterías, 45% del cobre y 34% de la plata que se necesitará para mover un mundo sin gas y sin petróleo están en América Latina. Sí, en la región más desigual del planeta.
En ese contexto, y desde la mirada sintetizada en Laudato Si’, cada pecado capital se reescribe en clave ecológica y es justamente ese gesto de “dueñidad”, el pensarnos amos y señores de un planeta que no nos pertenece, lo que termina comprometiendo el futuro.
Pero también lo que impulsa a la acción porque, ¿cómo sería posible desanclar la lucha por la justicia social de lo que la precede: la lucha por la justicia ambiental? ¿Cómo se podría –en un mundo dividido en tajadas entre los poderosos de turno, que necesitan indefectiblemente de los recursos de todos– hablar de educación, equidad o de derechos humanos cuando ni siquiera el aire o el agua son ya bienes comunes? Sin embargo, es precisamente de esa lucha desigual de donde saca sus fuerzas esta revolución discreta que recibió el gran espaldarazo con la aparición de la “encíclica verde”. Hay también otras señales, como el cambio en las directrices financieras FinAnKo (“inversiones financieras según criterios eclesiásticos”) que señalan hoy que invertir en oro es tan poco ético como hacerlo en petróleo o en armas.
No sólo eso: hitos como la firma del Acuerdo de París fueron también importantes para fortalecer la lucha que hoy toma mil rostros. Desde los compromisos más orgánicos –como el reciente documento de las conferencias episcopales del Sur Global de cara a la COP 30, a realizarse en noviembre de 2025– hasta expresiones locales de defensa de la Casa Común, hoy las iglesias de América Latina escriben la historia de esta Teoría de la Liberación 2.0. Contra el silencio y el negacionismo, publican documentos, acompañan movilizaciones y también hacen una crítica ética de los extractivismos.
“No les importa la inflación, no les importa el trabajo de la gente, no les importa hipotecar el futuro del país, no les importa el cuidado de la tierra, los proyectos mineros que hipotecan el agua y la tierra. Se lo pedimos de corazón a Dios, a través de Ceferino: ¡Escuchen a la gente! Que haya un diálogo transparente. Y no hablen de audiencias públicas, que son obras de teatro con actores pagos”, reclamó hace un año con voz firme Alejandro Benna al cierre de la peregrinación en honor a Ceferino Namuncurá, el “santito gaucho”.
Parecía el discurso de un activista ambiental pero no: Benna es el obispo del Alto Valle en Río Negro, Argentina, y su fervor es cualquier cosa menos casual. Como pastor en una de las regiones más acechadas por los extractivismos, conoce de primera mano el impacto de estos en las comunidades. Justamente por eso, lejos de entrar en el modo celebratorio de las autoridades locales y nacionales frente al Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI), él y otros curas hablan fuerte y claro en defensa de la Casa Común.
Otro de ellos es el obispo de Rawson, Roberto Alvarez, quien también expresó dudas sobre los paraísos que suelen prometer las corporaciones y hasta se animó a hablar de “pasivos ambientales”. La reacción del oficialismo no se hizo esperar y el diputado de LLA José Luis Espert los acusó a ambos de fomentar “el pobrismo”, de oponerse al progreso y hasta de consumir “hostias alucinógenas” sólo por hacerse preguntas sobre el impacto de un posible derrame de petróleo sobre la pesca artesanal, la ballena Franca y las pinguineras. “Dedíquense a las cosas de Dios. No jodan”, cerró su violento mensaje Espert.
En El Salvador, en cambio, no son sacerdotes sino la misma Conferencia Episcopal (CEDES) la que le pide al presidente Nayid Bukele que revierta la decisión de volver a la minería metálica y advierte sobre sus “costos mortíferos para el medio ambiente”, mientras que en Brasil el descubrimiento de depósitos de litio en una de las regiones más empobrecidas del sureste del país (el valle de Jequitinhonha) ha puesto en alerta a la comunidad y a sus pastores. La razón: detrás del boom del “petróleo blanco” se oculta una demanda enorme de agua y un riesgo de contaminación bien concreto. Hay, también, daños colaterales ya visibles, como la disparada de los precios de la comida y del alojamiento, impulsada por la llegada de una importante minera canadiense.
Tan es así que la Comisión Episcopal de Ecología Integral no duda en denunciar la cara oculta de lo que llama sin vueltas “colonialismo energético”. Denuncia, concretamente, que “en el Valle del Jequitinhonha, la llamada transición hacia energías limpias está demostrando ser un proceso de explotación intensa y devastadora, marcado por proyectos mineros y de infraestructura que comprometen los ecosistemas y las comunidades locales”.
Otro tanto sucede en Perú, donde la iglesia local –encabezada por monseñor Angel Cárdenas, obispo de Iquitos– se alió con su feligresía para salir en defensa no sólo del agua sino del reconocimiento de los ríos Nanay y Marañón como “sujetos de derechos”. La movilización, bajo la divisa “Surcamos por el agua y la vida”, se llevó a cabo en marzo de 2025 y destacó la necesidad de proteger los sistemas acuáticos de la Amazonía. Y, cómo no, la encíclica Laudato Si’ fue una vez más cita de autoridad inevitable.
El paisaje de la Iglesia movilizada en defensa de la Casa Común se repite así en muchos otros puntos. Uno de ellos fue Oruro (Bolivia), donde la Red Iglesia y Minería reunió hace un año a 30 líderes comunitarios de Argentina, Brasil y Perú para definir estrategias en defensa del ambiente.
Se habló de la necesidad de informar y consultar a las comunidades sobre los verdaderos impactos de las nuevas formas del extractivismo. Y, sobre todo, de la urgencia de seguir velando porque “la Casa Común” se convierta en una causa común y realmente nos incluya a todos.
FS/MG
Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que elDiarioAR forma parte.
La exclusión de estos trabajos que abordan el canibalismo, el colonialismo y la crueldad en una antología de los cuentos completos del escritor británico vuelve a poner el foco en la censura de su obra
Sin gordas, peladas o mecanógrafas: la revisión de Roald Dahl enciende el debate
Estos meses se publicó en español una nueva edición del libro que recoge los cuentos completos de Roald Dahl. Cuentos completos... pero no el todo. Faltan tres: In The Ruins, Smoked Cheese y The Sword. Tres relatos que sus herederos no permitieron incluir en ninguna antología existente en cualquier idioma, según se indica en las notas de la edición. Aunque no se da explicación alguna que justifique la ausencia de estos títulos, esta ausencia en una obra que pretende reunir la totalidad de ellos resulta llamativa.
Estos relatos, sin embargo, sí llegaron a ver la luz con la autorización del propio Roald Dahl, ya que fueron publicados mientras él estaba con vida. El célebre autor, considerado una de las voces más importantes de la literatura infantil, cuenta con una exitosa trayectoria hasta su fallecimiento en Oxford en 1990, a los 74 años. Durante su amplia carrera, el autor publicó en diarios, revistas y recopilatorios muchos de sus cuentos, entre los que se incluyen los tres que sus herederos decidieron no publicar. Este diario se puso en contacto con ellos para solicitar comentarios al respecto, pero no accedieron a responder ninguna de las preguntas.
Para tratar de comprender cuáles pueden ser los motivos que provocaron la ausencia de In The Ruins, Smoked Cheese y The Sword en cualquier antología, elDiario.es leyó los tres relatos y consultó sobre los mismos a Jelena Danilović Jeremić, experta en el área de la lingüística. La especialista es docente en la Universidad de Kragujevac de Serbia y estudió al autor en su trabajo de investigación La obra de Roald Dahl a través del espejo de los análisis lingüísticos: perspectivas e implicaciones (2024).
La lectura de estos cuentos lleva a considerar la posibilidad de que, como ya sucediera hace dos años, se esté intentando proteger la reputación del escritor evitando la lectura de su obra original. En 2023 se alertó de que las nuevas ediciones en inglés de los libros de Dahl estaban plagadas de cambios que consistían tanto en la eliminación de frases y palabras tachadas de discriminatorias, como en la alteración de expresiones y la modificación del género de algunos personajes secundarios.
En el relato In The Ruins (En las ruinas), uno de los más difíciles de encontrar y publicado por primera vez en junio de 1964, el narrador camina por las ruinas de lo que parece ser una aldea devastada por la guerra. Se encuentra con un hombre que resulta ser médico y que, con una aguja hipodérmica que contiene algún anestésico, se está arrancando una pierna. Este médico le ofrece “un poco” y, muerto de hambre, el narrador acepta con la condición de ser quien prepare “la próxima comida”. Atraída por el olor, una niña se acerca y el médico también le ofrece carne, pero le dice que tendrá que “devolverla más tarde”. “Los tres aquí deberíamos poder sobrevivir bastante tiempo”, dice el médico antes de que la niña empiece a llorar.
Esta historia acabaría siendo adaptada al dibujo por el ilustrador estadounidense Wren McDonald, reconocido en el país norteamericano por su saga de cómics Peow. La macabrería que caracteriza In The Ruins probablemente sea, según Jelena Danilović Jeremić, la razón principal por la que se decidió omitir el cuento. “Dado que el público lector actual se considera sensible, como demostró la reescritura de los libros infantiles de Roald Dahl en Gran Bretaña, quizás los herederos de Roald Dahl hayan considerado que algunos de sus relatos también tratan temas delicados”, razona la experta.
Otro de estos cuentos, The Sword (La espada), se puede leer en inglés en The Atlantic, revista literaria estadounidense donde se publicó en agosto de 1943. Narrado en primera persona por Dahl, cuenta cómo compró una espada en uno de los numerosos barcos que llegaban a África occidental cada septiembre con mercancía para vender. Cuando llegó a casa, le enseñó a su criado Salimu cómo limpiarla y cuidarla. Dahl tuvo que partir en una misión cuando Gran Bretaña estaba a punto de declarar la guerra a Alemania, y explicó a Salimu que pronto entrarían en guerra con los alemanes, quienes intentarían matarlos a todos.
Sin embargo, en su regreso, descubrió que tanto Salimu como la espada habían desaparecido. Blandiendo la espada ensangrentada, el criado llegó esa misma noche declarando que quería ayudar a ganar la guerra contra los alemanes. Su idea, sin consultarla previamente con nadie, fue ir a la casa de un alemán rico que vivía más allá de las colinas al que, cuando lo encontró sentado en su escritorio en pijama, le cortó la cabeza. Orgulloso, volvió a casa para comunicar su gesta, siendo esta la conclusión de un relato sensible en cuanto a la raza y el colonialismo. En una versión posterior de la historia, el sirviente cambia de nombre, de Salimu a Mdisho.
En la tercera de las narraciones, Smoked Cheese (Queso ahumado), el autor escribe sobre un piloto que vivía solo en una casa infestada de ratones. Pegó trampas al techo cebándolos con queso ahumado, pero no funcionó. Entonces, Bipou pegó todos los muebles en el techo, de forma que colgaran boca abajo, lo que provocó que los ratones acabaran muriendo por una “subida de sangre al cerebro”. “¡Sabía que irían por queso ahumado!”, celebró Bipou.
Aunque Dahl fue acusado de antisemitismo y la familia se disculpó en un comunicado hace cinco años, ninguno de estos tres relatos excluidos parecen apuntar en ese sentido.
Hoy en día hay cosas peores, como la terrible situación de los niños y residentes de Palestina, pero no parece que a la gente le preocupen. ¿Por qué entonces una escena perturbadora de una obra literaria debe considerarse inapropiada y ofensiva para los ojos sensibles?
La editorial Alfaguara informa a elDiario.es que está “publicando los Cuentos Completos tal y como ya lo hizo en el año 2013, sin adaptar ni cambiar el texto original”. La ausencia de estos tres relatos se indica en las notas de la edición. “Para ser totalmente sincera, creo que cualquier obra literaria es un reflejo de su época. Por lo tanto, no debería modificarse”, dice Jelena Danilović Jeremić a este periódico. Para ella, es una parte esencial del arte: “Los escritores expresan sus propios pensamientos y sentimientos, y la forma en que decidimos interpretarlos es un reflejo de nuestras propias creencias”.
“Hoy en día, hay cosas mucho peores: la terrible situación de los niños y los residentes de Palestina, el régimen autocrático de Corea del Norte (por no mencionar el régimen represivo del presidente Aleksandar Vucic en Serbia, bajo el cual la comunidad académica lleva siete meses luchando), el hambre en África, la guerra en Ucrania, la desaparición de la fauna silvestre, la destrucción del hábitat natural, etc.”, comenta la experta, “pero la gente no parece preocuparse por ellas. ¿Por qué entonces una escena particularmente perturbadora de una obra literaria, como el serrado de una pierna en In The Ruins o el uso de una espada por un sirviente africano en The Sword, debe considerarse inapropiada y ofensiva para los ojos sensibles?”, plantea.
“Aquellos que quieren hacer la vista gorda ante las atrocidades que nos rodean también pueden hacer la vista gorda ante una obra literaria”, sentencia la investigadora, que afirma que “vivimos en un mundo de verdades distorsionadas y la gente necesita enfrentarse a la realidad”. Pero la omisión de estas historias no ayuda en absoluto a reforzar el pensamiento crítico, como apunta Jelena Danilović Jeremić: “El pasado colonial es el pasado desagradable de muchos países; no debemos fingir que nunca existió porque a la gente le resulte perturbador hoy en día. Más bien, se debe concienciar a los niños sobre este lado vergonzoso de la humanidad, para que puedan esforzarse por crear un mundo mejor”.