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El gobernador celebró el resultado de su espacio político en las urnas. Votó solo el 46% del padrón. En Rosario se impuso el frente peronista Más para Santa Fe, con Juan Monteverde encabezando la lista.
El gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, destacó lo que consideró un “amplio triunfo” de Unidos para Cambiar Santa Fe en las elecciones comunales y municipales, al afirmar que degún los datos preliminares el oficialismo se imponía en más del 80 % de los distritos de la provincia.
“Quiero que vean este mapa de la bota de Santa Fe. Adivinen quién es el rojo. La bota quedó pintada de un solo color”, afirmó Pullaro, que ofreció en discurso desde el búnker electoral acompañado por la vicegobernadora Gisela Scaglia.
De las 304 localidades computadas, Unidos ganaba en 247, mientras que 42 quedaban para el peronismo y cuatro para La Libertad Avanza (LLA), mientras aún restaba el cómputo final en unas 60 localidades, según consignó Unidos en un comunicado.
Pullaro también remarcó que de las 19 ciudades que definían intendente, el frente oficialista se impuso en 17, lo que interpretó como una “ratificación de la gestión provincial y del proyecto político” que encabeza.
“Nos eligieron para gobernar los espacios institucionales provinciales, pero también para conducir la mayoría de los pueblos y ciudades”, subrayó.
Sobre la baja participacion electoral, que estuvo en torno al 46 por ciento en las localidades, sostuvo que “nos tiene que interpelar a todos los partidos. Es la elección con menor participación en 42 años de democracia y eso debe ser motivo de reflexión”, señaló.
El primer candidato a concejal del peronista Más para Santa Fe, Juan Monteverde, se impuso hoy en las elecciones legislativas municipales de Rosario con el 30,57 por ciento de los votos, seguido por el postulante Juan Pedro Aleart, de La Libertad Avanza (LLA), con el 28,79 por ciento, mientras Carolina Labayru, de Unidos, se ubicó tercera con 25,64 por ciento, escrutadas el 99,20 por ciento de las mesas.
El partido opositor y Nuevo País apuntaron al Tribunal Electoral por maniobras que, según denuncian, buscan favorecer al oficialismo en la reforma constitucional.
La disputa por la Convención Constituyente en Formosa escaló este fin de semana con una fuerte denuncia de la alianza opositora Formosa Avanza contra el gobernador Gildo Insfrán y el Tribunal Electoral de la provincia. El abogado y candidato Juan Montoya acusó a ambos de ejecutar “maniobras delictivas y fraudulentas” para “alterar el resultado” de las elecciones.
“El fraude empezó mucho antes”, advirtió Montoya, quien detalló un entramado de prácticas clientelares, financiamiento público de campañas oficialistas y restricciones a la fiscalización. También cuestionó la aplicación de la Ley de Lemas para distribuir las bancas de la Convención, a la que calificó como “el engendro más tramposo y desvirtuante de la voluntad popular”.
En declaraciones a medios locales, el referente opositor señaló que el Tribunal Electoral es ilegítimo, ya que sus integrantes fueron “puestos a dedo por Insfrán”. Recordó que ni fueron nominados por el Consejo de la Magistratura ni aprobados por la Legislatura provincial. Como ejemplo, mencionó que el presidente del organismo, Claudio Moreno, fue apoderado del PJ, y que la exdiputada Sandra Moreno responde al oficialismo.
Montoya, que ganó relevancia provincial tras haber impulsado el fallo de la Corte Suprema que frenó la reelección indefinida del gobernador, advirtió que si se aplica la Ley de Lemas tal como pretende el oficialismo, se desatará “un escándalo institucional de proporciones”. Aseguró que la oposición ya prepara presentaciones ante los fueros federales y la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Entre las maniobras que configuran un proceso “viciado de nulidad”, denunció el uso sistemático de fondos públicos para actos de campaña disfrazados de inauguraciones y la instalación de municipalidades paralelas con fines propagandísticos.
A las críticas de Formosa Avanza se sumó el partido Nuevo País, integrante del Frente Amplio Formoseño, que denunció una resolución “arbitraria” dictada 12 horas antes del comicio, la cual restringe las funciones de los fiscales opositores. En declaraciones televisivas, calificaron la medida como “un intento de favorecer al oficialismo” y afirmaron que “altera las reglas del proceso democrático”.
Esa resolución del Tribunal Electoral Permanente fue calificada por la oposición como “una norma de último momento que carece de sustento legal, vulnera garantías mínimas del proceso electoral y habilita maniobras fraudulentas”.
En medio de un clima de tensión creciente, el proceso electoral para la reforma constitucional en Formosa promete derivar en una nueva batalla judicial y política que, de acuerdo con la oposición, pone en juego la calidad institucional de la provincia.
JJD, con información de NA.
Por todo el país, el gobierno anterior dejó casas a medio hacer y el actual las paralizó pese al déficit habitacional que afecta a 3 millones de familias. Bullrich entregó esta semana 160 unidades del Procrear a policías, a pesar de que estaban ya asignadas por sorteo a otros vecinos. Los perjudicados prometen pelear por su techo.
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Daniela Drizza, trabajadora social, soñaba con mudarse con su hija de 9 años a una casa propia. No es la única en un país con un déficit habitacional que afecta a 3 millones de familias, según la Cámara Argentina de la Construción (Camarco). En noviembre de 2023, último mes del anterior gobierno, ella y otras 159 personas ganaron el sorteo de viviendas del desaparecido plan hipotecario Procrear en un edificio llamado Sagol, en Avellaneda. En enero de 2024 la contactaron y recibió una tarjeta de débito del Banco Hipotecario, que gestionaba los préstamos, y en marzo de ese año iba a recibirla, pues ya estaba terminada. Sin embargo, esta semana la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, entregó las 160 casas a integrantes de las fuerzas policiales.
Los 160 relegados manifestaron su enojo, pero no son los únicos: otras 59.319 viviendas sociales quedaron a medio hacer en la administración anterior y el presidente Javier Milei las paralizó como parte de su freno a la obra pública y a la eliminación de la Secretaría de Vivienda y su política respectiva. Es el mercado el que debe encargarse, dentro de la mentalidad del gobierno elegido –en segunda vuelta– por el 56% de los argentinos.
“Por ahora no hay nadie en las casas, pero una siente impotencia y bronca porque hace más de un año que estábamos esperando entrar y no es que no tratamos de contactar a las autoridades, pero no nos contestaron nunca”, se queda Drizza. “Yo me tuve que ir alquilar en La Boca, antes vivía en Avellaneda, y pago $600.000 por un tres ambientes. La cuota del Procrear por una casa del mismo tamaño hubiese sido la mitad”, se queja la trabajadora social, que se sustenta con dos empleos.
Los 160 perjudicados armaron una red llamada Sagol En Lucha y planean presentar una demanda colectiva junto a la Defensoría del Pueblo de Avellaneda. También han pedido una audiencia con el Ministerio de Economía, que cedió el complejo al de Seguridad, y al Banco Hipotecario.
Este caso es de viviendas terminadas y adjudicadas, pero hay decenas de miles que quedaron sin terminar y sin dueño, pero con vecinos alrededor que sueñan con mudarse porque viven en la precariedad. Por todo el país se pueden ver complejos de casas sociales a medio hacer, abandonadas. La Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) sede Capital elaboró un informe que advierte que hay 34.610 unidades paradas del plan Casa Propia, 16.217 del Procrear y 8.488 del programa Reconstruir –que eran edificaciones que ya habían sido paradas por el gobierno de Mauricio Macri y cuyas obras fueron retomadas pero tampoco finalizadas por la gestión de Alberto Fernández–. En total son más de 59.000. A eso se suman otros 13.243 lotes con servicios que quedaron a mitad de camino para entregar a familias para que pudiesen edificar allí.
En este enlace puede verse el mapa de casas terminadas y “en ejecución”, es decir, abandonadas del plan Casa Propia: https://www.argentina.gob.ar/habitat/casapropia/obras-casa-propia. En este otro, unas y otras del Procrear: https://www.argentina.gob.ar/habitat/procrear/mapa-de-desarrollos-urbanisticos#104-san-rafael. En cuanto a este programa, aquí abajo se puede ver el mapa de las unidades finalizadas en celeste y a medio hacer en violeta, tanto a nivel nacional como en el conurbano bonaerense y sus alrededores:
Gobiernos provinciales, como el bonaerense, y municipales, como el de Avellaneda, quieren que el de Milei les transfiera las obras paralizadas pero con un grado de avance mayor al 70% para terminarlas. Por ahora, las fuerzas del cielo no responden. “En la provincia hay 16.000 viviendas nacionales paralizadas, con distinto grado de avance, muchas al 90%, pero el Gobierno nacional nunca quiso dialogar con nosotros para transferirlas”, comentan en el Ministerio de Hábitat y Desarrollo Urbano de la provincia de Buenos Aires, que encabeza Silvina Batakis. Este cronista consultó al Ministerio de Economía de la Nación, que lidera Luis Caputo, pero no obtuvo respuesta.
“De esas 16.000, más de 9.000 son del Procrear y otras 7.000 se empezaron con fondos del desaparecido Ministerio de Vivienda de la Nación”, comentan en el gobierno de Axel Kicillof. “Estas últimas son más sencillas de terminar por parte de la provincia. En cambio, las del Procrear son imposibles por la complejidad legal y sus montos exorbitantes”, agregan. Hay, por ejemplo, un complejo del Procrear hecho hasta el 90% en terrenos cedidos por la Fuerza Aérea en El Palomar cuyo destino es un misterio. En el anterior gobierno, por el que pasaron tres ministros del área, el último Santiago Maggiotti, se terminaron 8.027 unidades del Casa Propia, 108 del Procrear, 6.719 del Reconstruir y 3.702 lotes con servicios.
AR/MG
Víctimas que tienen nombre y voz. Crueldad e inmundicia en el discurso de Milei. Políticos que juegan al distraído y jueces que delimitan qué se puede opinar.
Goher Rahbour, médico cirujano del West Sufolk Hospital de Londres, acaba de terminar una estadía en el Hospital Nasser de Jan Yunis, uno de los pocos que quedan en pie en la Franja de Gaza. Como decenas de colegas británicos y estadounidenses que vivieron una experiencia similar, Rahbour narró un pasaje por el infierno. Cada dos o tres días llegaban oleadas de víctimas de alguna masacre y no había recursos mínimos para atenderlas. Una constante ha sido la inusitada cantidad de niños con disparos en la cabeza y en el pecho. Sin nada que hacer, sólo quedaba pedirles a quien los acompañaban que los tomaran fuerte de la mano.
El oncólogo Rahbour narró otro costado del cuadro. Muchos pacientes gazatíes con cáncer llevan veinte meses sin ningún tipo de tratamiento. Y otro aspecto omnipresente: el hambre. En el último mes, 5.482 niños gazatíes pasaron por el hospital con síntomas de desnutrición severa, según la agencia de Coordinación de Ayuda Humanitaria de Naciones Unidas.
De todo ese horror, Rahbour rememoró un caso que lo conmovió particularmente. Un adolescente de quince años recibió una metralla que le atravesó la médula espinal y lo dejó parapléjico. Quedó, además, en absoluta soledad, porque toda su familia había sido asesinada. Contó Rahbour, citado por el periodista Nir Hasson en el diario israelí Haaretz: “Él vivió durante quince años en Gaza. Sabe lo que le espera, sabe qué significa para un chico de quince años aguardar una silla de ruedas en Gaza. Sin familia, sin fisioterapia, todas esas cosas que nosotros damos por garantizadas... Dio vueltas por el hospital y nos dijo: ¿Puedo morir, por favor?”.
El Ministerio de Salud de Gaza viene difundiendo un listado con número de documento y fecha de nacimiento de las víctimas mortales en la Franja desde el 7 de octubre de 2023, día del ataque terrorista de Hamás en el sur de Israel, que dejó 1.100 víctimas fatales en una sola mañana, acaso la mayor matanza de judíos desde el Holocausto.
'Él vivió durante quince años en Gaza. Sabe lo que le espera, sabe qué significa para un chico de quince años aguardar una silla de ruedas en Gaza. Sin familia, sin fisioterapia... Dio vueltas por el hospital y nos dijo: ¿Puedo morir, por favor?'
El informe del ministerio gazatí del lunes pasado (381 páginas) enumeró 55.202 muertes, 17.121 niños.
Tienen nombre. Mahmud al-Maranakh fue asesinado el día en que nació, como otros siete bebés. Cuatro tuvieron la oportunidad de vivir un día, y otros cinco, dos.
Dado que el Ministerio de Salud de Gaza depende de Hamás, la organización integrista que perpetró cientos de atentados en el pasado, el Gobierno de Israel considera la difusión de la cifra como una maniobra de propaganda. Eso, de a ratos, porque estamentos del Estado israelí, instituciones internacionales y académicos de muchas universidades validan números que se acercan e incluso superan lo informado por la autoridad gazatí.
Hace ya un año, cuando la cifra oficial de muertes se acercaba a 38.000, la revista The Lancet, de máxima autoridad en materia científica, publicó un estudio de tres investigadores (canadiense, británico y estadounidense) que, según “un cálculo conservador”, considerando la magnitud de la destrucción de Gaza y la falta de atención a los heridos, la cifra real de muertes se elevaría a 186.000 con el correr de los meses. El investigador de la británica Universidad de Holloway Michael Spagat, especializado en mortalidad en guerras como las de Irak, Siria y Kosovo, condujo un estudio que incluyó entrevistas a 2.000 familias en Gaza. La revista Nature publicó datos del trabajo el viernes: la cantidad real de muertos es superior a 84.000, y el balance se agravará con los desnutridos y los heridos.
La novedad de las últimas semanas fueron las matanzas perpetradas en los cuatro centros de distribución de comida que el Gobierno de Benjamín Netanyahu entregó a la Fundación Humanitaria de Gaza, dirigida por un evangélico estadounidense, partidario de Donald Trump. Desde que fueron desplazadas las agencias de Naciones Unidas que cumplían esa tarea, los muertos en esas circunstancias suman más de 550, según el ministerio gazatí.
La realidad de lo que el fallecido Francisco, fiscales internacionales y organizaciones de derechos humanos de todo el mundo —incluido Israel— denominaron “genocidio” o “limpieza étnica” no conmueve el debate público argentino.
Aunque hay pequeñas organizaciones como Judíes por Palestina y Llamamiento Argentino Judío, en el país no tienen lugar las acciones que lleva a cabo la vívida sociedad civil judía de Nueva York, que organiza concurridas manifestaciones en el centro de la ciudad o firma solicitadas rubricadas por cientos de rabinos, intelectuales y artistas, exigiendo al Ejecutivo israelí que no actúe en su nombre. Como resulta obvio, una cosa es el Gobierno de Israel y otra su sociedad, la religión y la cultura judía, pese a la confusión premeditada en que incurren tanto los antisemitas como círculos políticos que ven un faro en la deriva ultraderechista en el país asiático.
A veces, el conflicto de Medio Oriente asoma en forma de anécdota, como días atrás, cuando los diputados Damián Arabia (PRO-Bullrich) y Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica) creyeron oportuno dejarse invitar para celebrar el desfile del orgullo gay en Tel Aviv. En pleno trámite festivo sobre la diversidad y la tolerancia, y a pocos kilómetros de las poblaciones de Gaza convertidas en escombros, se desató el pronosticado intercambio de misiles entre ciudades iraníes e israelíes, por lo que la dupla debió privarse del desfile y dejar Tel Aviv en cuanto pudo. La causa dará oportunidad de sumar nuevas millas.
Como resulta obvio, una cosa es el Gobierno de Israel y otra su sociedad, la religión y la cultura, pese a la confusión premeditada en que incurren tanto los antisemitas como círculos políticos que ven un faro en la deriva ultraderechista en el país asiático
Ningún otro gobernante del mundo es un aliado tan enfático de la ofensiva israelí como Javier Milei. El ultra dice estar en tránsito a la religión judía y ello lo lleva —en su particular psiquis— a una extravagante adhesión a Israel. Es tal el desvarío de un seguimiento autómata de lo que decida Tel Aviv, que hasta el PRO de Mauricio Macri se animó a cuestionarlo por no priorizar los “intereses nacionales”.
Llegar al Muro de los Lamentos, en Jerusalén, puede dar lugar a la emoción, por lo que significa en términos religiosos, turísticos y culturales. Sin embargo, entre las miles de personas que pasan por esa explanada cada día, cuesta encontrar a algún feligrés poseído por semejante congoja como la expuesta por Milei el par de veces que se dio una vuelta por allí. Fuera de sí, el autodenominado topo, autodenominado cruel, autodenominado psicopateador y autodenominado vaca mala se aprisiona como quien quiere fundirse a la roca, hasta que algún rabino lo rescata.
Necesitado de salir del aislamiento internacional que supone una orden de arresto por crímenes de lesa humanidad emitida por la Corte Penal Internacional, Netanyahu sabe retribuir la sobreactuación del argentino con tuits, premios y premiecitos.
En su curioso recorrido, Milei construye enemigos a los que califica como “excrementos”, “ratas” y “parásitos”.
Micaela Cuesta y Lucía Wegelin, doctoras en Ciencias Sociales e investigadoras de la Universidad de San Martín, publicaron Prejuicio y Política. Para una crítica sociológica del autoritarismo contemporáneo (UNSAM, 2024). En el capítulo “Anatomía del prejuicio”, que recorre los componentes constitutivos del discurso nazi, incluyen el siguiente párrafo:
“El disfrute de la inmundicia se asocia, señala Adorno, con el disfrute de la crueldad, pues esta estratagema se asocia a la del ‘cosquilleo de la médula espinal’, que consiste en hacer creer que las atrocidades reveladas por los agitadores (ndr: Hitler), y perpetuadas por los comunistas, les sucederá a sus seguidores. Los agitadores, coinciden los distintos autores, no prometen. Antes bien, amenazan”.
Por fuera de la ferviente adhesión mileísta a la postura oficial de Israel y alguna foto de ocasión de dirigentes del ex Juntos por el Cambio y el peronismo que pugnan por la liberación de unos cincuenta rehenes (treinta estarían sin vida) que siguen en manos de Hamás y omiten por completo las 55.000 muertes de palestinos, las referencias a Medio Oriente son contadas en el arco político argentino. Muy notoriamente, las “nuevas melodías” de Axel Kicillof también se demoran en este asunto.
Desde una perspectiva crítica, se destacaron todos los cancilleres de los gobiernos de Néstor Kirchner, Cristina y Alberto Fernández, más Susana Malcorra, primera ministra de Exteriores de Macri, que reclamaron en nota conjunta apego a la postura histórica de Argentina, que pide negociaciones en paz con la premisa del respeto a los derechos humanos y a los dos Estados. En soledad entre los peronistas de a pie, Juan Grabois se expresó en varias oportunidades contra los “crímenes de guerra del Estado de Israel en Gaza”. En sus antípodas y para sorpresa de nadie, Guillermo Moreno alaba a Netanyahu y a Trump.
El Frente de Izquierda y los Trabajadores y otros partidos de izquierda sostienen la única denuncia consistente contra la masacre en Gaza, sin que alguno de sus dirigentes deje de incurrir en consignas hirientes y poco reflexivas. En el contexto argentino, esa posición se ubica en el margen izquierdo del espectro, aunque forma parte del núcleo de la centroizquierda en Chile, Brasil, Uruguay y Europa.
La respuesta a la posición de dirigentes trotskistas, a veces expresada en forma chocante ante derechos básicos del pueblo israelí, no es política, sino judicial.
El jueves, en la sala I de la Cámara en lo Penal, Correccional y de Faltas de Capital Federal, se llevó a cabo una audiencia por la acusación de antisemitismo presentada por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) contra Alejandro Bodart, excandidato a presidente y exlegislador porteño por el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).
El caso se originó en tres tuits de Bodart, de mayo de 2022, en los que el dirigente trotskista escribió “sionista=nazi”, criticó al “Estado racista y genocida de Israel…, por una Palestina laica y democrática, del río al mar” (una forma de referir en Medio Oriente al no reconocimiento del Estado de Israel o, en su sentido inverso, de Palestina), y aclaró “siempre condenamos la persecución antijudía y toda opresión étnica. Por eso defendemos al pueblo palestino. Basta de acusar de antisemitas a quienes somos antisionistas”.
El sionismo, cabe recordar, es un movimiento nacido en el siglo XIX que se propone la creación de un Estado judío en el Monte de Sion (Jerusalén), aspiración que se coronó en 1948, cuando, al cabo de la guerra árabe-israelí, fueron desplazados cientos de miles de palestinos. Como es evidente, no todos los judíos son sionistas, ni todos los sionistas adhieren al expansionismo de sus gobiernos, ni todos los habitantes de Israel son judíos.
La expresión “sionista=nazi” resulta política y moralmente inaceptable si se tiene en cuenta que muchos judíos-sionistas son descendientes de víctimas del Holocausto. Otra cuestión es que ello se transforme en una vía de persecución penal ante una opinión, por más desagradable que resulte.
Si toda expresión inflamada termina en una causa penal, dos tercios de la dirigencia política argentina debería pasar por tribunales, empezando por el más agraviante de todos. O, con motivo mucho más fundado, el ex vicepresidente de DAIA Sergio Pikholtz, quien calificó como blanco legítimo a todos los palestinos mayores de cuatro años. Por qué no Patricia Bullrich, que vincula a los mapuches a los “terroristas”; Milei, que apunta a los “zurdos de mierda”, o Miguel Ángel Pichetto, que niega la mera existencia de esa identidad indígena y desprecia a la inmigración de países limítrofes.
Ni qué hablar de quienes endilgan las acciones de Hamás a todos los habitantes de Gaza y a quienes denuncian la acción del Ejército de Israel, como ocurre decenas de veces por semana en el ameno menú televisivo y radial de Argentina. La estigmatización del Islam y el mundo árabe campea a sus anchas en las últimas décadas.
El expediente contra Bodart fue y vino entre primera instancia y apelaciones, con un sobreseimiento, que fue apelado; una absolución en juicio oral, y una condena con fallo dividido en Casación. Como no hubo doble conforme, la defensa de Bodart apeló ante la Cámara compuesta por Marcelo Vázquez, Elizabeth Marum y Luisa Escrich, que podría decidir en las próximas semanas.
La denuncia contra el dirigente del MST tiene una causa espejo en el fuero federal contra la diputada nacional Vanina Biasi (Partido Obrero), también accionada por la DAIA.
En una hipérbole de la que seguramente no se enorgullecerá, el juez Daniel Rafecas, con trayectoria sólida en el juzgamiento del terrorismo de Estado en argentina, llega a afirmar que las expresiones de Biasi son más graves porque se dan en un país que sufrió dos atentados terroristas. Como si una crítica dura al Gobierno de Netanyahu o un cuestionamiento a la existencia del Estado de Israel pudiera asociarse a la voladura de la mutual judía AMIA y la Embajada de Tel Aviv en Buenos Aires.
Esa forma de invalidar una postura política debatible se basa sobre el estratagema de estirar como elástico el concepto de antisemitismo, con el fin de persecución, muy a tono con la época.
Promover el estado palestino “desde el río hasta el mar” supone la negación del derecho a la existencia del Estado de Israel, conformado tras el Holocausto, lo que supone un fundamento válido. La polémica, desde ya, no termina. Ocurre que “la tierra ancestral” tenía otros habitantes allí asentados durante generaciones, que vivieron su nakba (catástrofe) al ser expulsados de sus hogares.
Incluso si no se reconociera la excepcionalidad del Holocausto, negar la existencia de Israel elude la pregunta sobre el destino de sus diez millones de habitantes actuales. Pero lo que está en juego no es la pertinencia, sensatez o humanidad de una consigna de un dirigente trotskista, sino la libertad de expresión. Si sus majestades los jueces, plenos de privilegios, aplican un lápiz rojo sobre lo que se puede decir, con doble vara evidente, la democracia se deteriora todavía más.
Es probable que el tuit de Bodart se haya excedido al sugerir la inexistencia de Israel. Otros opinarán lo contrario, pero no todo son palabras. Hay hechos.
Un territorio, Gaza, donde viven dos millones de personas, privadas de derechos elementales por décadas, dejó de existir como lugar habitable, producto de las bombardeos incesantes durante un año y medio. Un joven, arrasado, condenado a un calvario de por vida, pide a los médicos que lo dejen morir, por favor.
SL/DTC
slacunza@eldiarioar.com
En su reciente libro “Todos queremos ser felices” aborda asuntos como los cambios tecnológicos, el duelo, la soledad, la identidad, el arte y distintas formas del amor. La palabra de una referente del periodismo que, pese a los tiempos tumultuosos, sigue manteniendo la curiosidad como motor para su oficio.
Las escenas se suceden, inquietan, laten, perturban, conmueven en Todos queremos ser felices (La Libre, 2025), el flamante libro de la escritora, periodista y editora Hinde Pomeraniec. Al poco tiempo de que se desatara la pandemia y que buena parte del mundo quedara en una suerte de pausa inquietante, Pomeraniec buscó una forma de desafiar el aislamiento impuesto por las restricciones sanitarias de entonces y empezó a enviar un newsletter a sus lectores de Infobae (“la pandemia exageró en mí la necesidad de divulgar libros, películas, músicas y biografías como si se hubiera hecho imperativo compartir ese abanico de emociones”, confiesa en las primeras páginas de la publicación). Primero fue diario, luego mutó en un envío semanal y con el tiempo se convirtió en un rito que convocaba a un público cada vez mayor y que comenzaba con un saludo simple y contundente: “hola, ahí”.
Después de esas palabras de rigor, llegaban las observaciones de la escritora que partían de lecturas, de películas que había visto, de voces que extrañaba o de alguna imagen que volvía a su memoria y que, en su deriva, la fueron llevando a detenerse en fenómenos vertiginosos tan universales como personales. Durante más de cuatro años y a partir de una mirada genuinamente curiosa, se dedicó a pensar, entre otros asuntos, la identidad, el duelo, la soledad, la tecnología y al amor, en sus distintas formas.
Luego de un trabajo de lectura y selección, aquellos textos hoy se resignifican en un libro pequeño y encantador que se detiene a desgranar todo tipo de transformaciones. De la irrupción de la Inteligencia Artificial en sus distintas versiones a la sorpresa de caer en la cuenta de que probablemente seamos las últimas generaciones de humanos que vivieron un mundo sin internet y con alguna capacidad de detectar mentiras en ciertos discursos que corren imparables como el agua. De las formas que fue tomando la ansiedad a su aceleración y sus consecuencias globales. De redacciones a las que había que ir con el material mecanografiado a escribir en casa espiando con fascinación los personajes que muestran en las redes sociales el antes y el después de sus cuerpos después de dietas o tratamientos inverosímiles.
– Después de años de trabajar en los medios de comunicación más importantes, en prensa escrita, en radio y televisión, el mundo se frena de repente por una pandemia y vos de alguna manera decidís aferrarte a la herramienta de la escritura y empezar a mandar un newsletter. ¿Cómo surge ese gesto inicial que es el que le da pie a los textos de este libro?
– En aquel tiempo hubo una propuesta por parte de Infobae de hacer un newsletter, ¡el delirio fue que yo empecé haciéndolo diario! De eso la verdad que no tengo mucho registro, pero sí recuerdo que fueron varias semanas y yo escribía todos los días. Creo que esos textos son los más personales porque la angustia era mucha en esos primeros días de la pandemia. Y lo que ocurría es algo que asocio mucho con otra sección que todavía existe en Infobae que se llama “La belleza del día”. Me acuerdo de que flotara la idea de darle algo bueno a la gente. Existió una decisión por un lado empresarial, en la que yo me enganché muchísimo: demos algo que no sea angustia, hagamos cosas o compartamos esto. Como digo en el prólogo: tirémonos botellas de una isla a la otra. Después me di cuenta de que me encontré muy cómoda haciendo ese registro que es un poco la idea que siempre tuve en relación a la divulgación y al periodismo cultural. ¿Viste que divulgación es una palabra que está como mal vista dentro del periodismo? Es curioso eso. Se supone que sos un gran investigador o sos un redactor extraordinario. En la gráfica la divulgación pareciera que quedó como en un lugar menor dentro del periodismo. Y en realidad, en el periodismo cultural es algo básico el tema de la divulgación. Porque además sos como el nexo entre la academia y lo popular. El newsletter me daba mucho de eso y me permitía salir a veces de la literatura e irme a otras cosas que me gustaban mucho. Así que me encontré muy cómoda haciendo eso, fue algo casi natural.
– Al mismo tiempo pertenecemos a generaciones que repitieron casi como un mantra eso de “en periodismo nunca usamos la primera persona”. En estos textos vos hablás de muchas cosas, vas como imantando un libro, una película, para asociarlos al nacimiento de tu nieta, a la voz de tu padre o a una canción que cantaba tu madre. ¿Cómo llegaste a este tono después de haber escuchado aquel mantra en tantas redacciones?
– Te diría que se lo debo a Jorge Fernández Díaz.
– ¿Por qué?
– Porque por un lado había un yo que estaba en mis notas de viaje. Cuando trabajé en Clarín hacíamos diarios de viaje y nos permitíamos una primera persona separada de las crónicas o de los análisis. Pero, casi en paralelo, yo creo que fue en 2008, Fernández Díaz estaba a cargo de Cultura en La Nación y me pide que escriba un texto para una sección que se escribía en primera persona. Y me lo tomé súper en serio y escribí un texto que después salió incluso en un libro que hizo Julián Gorodischer. Se llamó Las manos en la masa, ahí escribí sobre mi mamá y también sobre mi papá. También digamos que escribí sobre mí. Creo que me hizo bien escribirlo pero no diría exactamente que fue una catarsis porque suena demasiado dramático. Diría mejor que me resultó cómodo. Sí, básicamente eso porque creo que ahí apareció un tono. Además recuerdo que también hubo una recepción de lo que le pasaba a otra gente con lo que yo había escrito. Y entonces pensé “bueno, acá esto funciona”. En este sentido, el formato de newsletter es ideal. Cuando reflexiono sobre estos temas para los talleres que doy, por ejemplo, siempre pienso que hay una primera persona que nos molesta a todos y que es la primera persona arrogante. Creo que esa es la que tenemos que evitar. Pero también hay una primera persona que termina siendo una primera del plural. Todos tuvimos padres. Todos estuvimos de duelo. Todos alguna vez sufrimos por amor. Todos o muchos podemos ser abuelos o fuimos nietos. Entonces esto sí me interesa: ver si se puede conseguir llegar al otro con esa una primera persona que lo que hace es darle voz a lo que el otro por ahí venía pensando y no podía formular. Mi sensación es que con muchos de los newsletters que yo escribí pasó eso.
Divulgación es una palabra que está mal vista dentro del periodismo. Es curioso eso. Se supone que sos un gran investigador o sos un redactor extraordinario. En la gráfica la divulgación pareciera que quedó como en un lugar menor dentro del periodismo.
– Aparece algo de ida y vuelta, una interlocución, tu “hola ahí”, con el que los abrís.
– Sí, es así. Igual debo decirte que durante todos estos años y todavía hoy a mí me gusta mucho alternar, porque yo también me canso de mi propia voz. Me gusta hacer lo que hago y también irme a un texto bien en tercera persona, casi como para recordarme que hacemos periodismo. Y, cuando escribo primera persona, intento tener presente que lo que yo estoy haciendo, más allá de hablar de mí, es divulgando, llevándole cosas a otros. Porque si yo le hablo del duelo, en general le voy a ofrecer una pintura o le voy a hablar de literatura, de una película o de un poema que habló de eso, y eso es divulgación cultural. Por eso cuando escribo en el plano cultural yo nunca me olvido de que soy un engranaje dentro de la industria. Estoy para hacer circular materiales. Estoy para que los actores puedan seguir actuando. Para que los escritores puedan seguir publicando. Para que los editores puedan seguir editando y vendiendo.
– ¿Y cómo hacés para encontrar un balance entre todo eso que te debe llegar para leer, para mirar, para visitar y lo que en el libro llamás “obsesiones disfrazadas”?
– Cuando estás escribiendo algo semanalmente o con una fecha determinada estás todo el tiempo mirando qué puede servir. Y a veces eso se arma solo, nos guste o no tenemos cabeza de sumario. Por lo menos nuestras generaciones de periodistas. Yo tengo la sensación de que el sumario ya no existe. O de que por momentos ya no existe. Que la infodemia lo que hace es que todo el tiempo aparezcan cosas y se haga cada vez más difícil discernir y generar eso. Pero en las columnas esto sigue estando, la idea de pensar “esta semana voy a escribir de esto”. Después están esas obsesiones de cada una que, cuando te pasan determinadas cosas personales, te parece que a todo el mundo le pasa lo mismo que a vos y empezás a ver eso en todo. Le empezas a ver el link entre una cosa y la otra. Y se da. Nosotras tenemos cabezas de periodistas, pero también de editoras. Porque a veces pienso en esas uniones que terminarían en notas que yo le podría pedir a otro. Eso en cuanto a la previa. Después viene lo que trae la escritura. Vos bien sabés que cuando te ponés a escribir empezás de una manera y la escritura hace su propio recorrido. Y lo que empezabas de un modo y decías, por ejemplo, “con esto voy a hacer una cosa cortita” se termina armando en 40 mil caracteres. Porque, nada, escribimos y escribir es eso. Y te lleva. Y te empezás a acordar de otra cosa. Te repetís. Te cartoneás a vos misma, como diría María Moreno. ¿Y por qué no hacerlo? Si yo esto lo escribí hace 15 años y quién se acuerda. Y hoy lo estoy viendo desde este otro lugar. ¿Por qué no retomar aquello? Aquella lectura. Aquella interpretación que hice en combinación con esta obra nueva. Es eso, sale así.
– ¿Cómo decidiste convertir en un libro a esos textos que salieron inicialmente con el formato de newsletter?
– Hay una cosa que me pasa como periodista y con la idea de tener los propios libros o la propia obra publicada cuando laburamos tanto. Me parece que cuando escribimos tanto, cuando lo más fuerte que hacemos o el mayor tiempo lo ponemos en la escritura de lo efímero, por llamarlo de algún modo, a una edad como la mía te empieza a generar angustia. Porque llega un momento en el que te ponés a pensar la cantidad de cosas que ya produjiste, la cantidad de entrevistas que ya hiciste, la cantidad de caracteres que escribiste en tu vida y mirás aquello que finalmente se publicó en formato libro y no hay ninguna comparación. Entonces te empezás a preguntar si una tendría que haber parado antes o si una tendría que haber acumulado un dinero como para pensar en parar antes y ponerse a producir lo propio. Te aparecen montones de preguntas y de angustias en ese sentido. Entonces la posibilidad de que algo que escribiste tenga formato libro, de que quede documentado de otro modo ofrece algo distinto. Porque, además, sabemos que una cosa es publicar un texto semana a semana y otra cosa es cuando los ves todos juntos, ahí se conforma una cosa diferente, se arma una lectura diferente. En este caso la idea surgió cuando me encontré con Anshi Moran, la editora de La Libre, cuando entregamos un premio organizado por La Agenda en el Centro Cultural Recoleta. Nos pusimos a charlar y ahí fue que ella me lo ofreció. Me dijo “a mí me encantaría que lo hicieras, puede ser un libro pequeño”. A los pocos días empezamos a trabajar. ¡Y me encantó!
– Antes hablabas de la palabra “divulgación” como algo mal visto y el título del libro, que también es el de uno de los artículos, trae otra idea que suele tener mala prensa en algunos ámbitos artísticos: la felicidad.
– Eso salió naturalmente en aquel envío del newsletter. Acababa de nacer Miki, mi nieta, y yo no recuerdo una felicidad igual. Fue todo muy especial, también, porque ella nació en Atenas y tuve la posibilidad de estar ahí para ese momento. Se me juntaron muchas cosas porque en el tipo de periodismo que yo hice siempre los viajes tienen mucha importancia. Y la mirada en los viajes tiene mucha importancia. Entonces yo estaba muy feliz ahí en un departamentito frente a la casa de mi hijo. Me daba felicidad. Y me sigue dando felicidad ser cronista porque me da felicidad mirar y contar. Si vos me preguntas qué es lo que más me gusta hacer –y hoy ya no lo hago tanto porque ya no viajamos mucho los periodistas– te diría que es viajar para contar. Contar con mis ojos lo que veo. Que es lo que hago en los libros, por ejemplo, como Rusos también. Aunque también haga el análisis político, claro, lo que más me gusta es poder mirar y contar, traducir. Divulgar, es eso finalmente. Yendo a la felicidad, me puse a pensar la cantidad de cosas que me gustaban que eran felices, como en la pintura. Yo siento que tengo una impunidad con las artes visuales porque como no soy experta, no vengo de ahí ni estudié eso, sólo me guío por lo que me gusta. Y Matisse es una de las cosas que más me gustan porque me gustan sus colores que son colores felices. Matisse es feliz. Entonces es hermoso. Y me gustó esa idea porque además es verdad: todos queremos ser felices.
– El libro está dedicado a tu nieta.
– Sí, me gustó mucho también esa idea porque cuando llegás a mi edad, cuando tenés mucho más para atrás que lo que sigue, también pensás lo que te gustaría que les quede a las personas que querés. Con este libro me gustaría que le quede esto de pensar que su abuela escribió eso y que fue feliz cuando ella nació y que tuvo ganas de dejárselo.
– No sé si pasó voluntariamente o si apareció mientras escribías, pero en el libro los textos van dejando, entre miradas sobre películas, situaciones personales, lecturas o cuadros, escenas de lo que alguna vez fue el periodismo. En un momento contás de cuando llevabas personalmente un texto a un diario o cuando un editor te comentaba alguna cosa. ¿Sentías que querías dejar esas huellas de un mundo que empieza a dejar de existir?
– Me parece que lo que aparece es justamente que me ha tocado participar de una transición en los medios. Así como participé en la transición de la máquina de escribir a la computadora. Entonces, cuando vos estás en esas transiciones, las reflexiones naturalmente aparecen. Y también aparece una idea muy clara: ¡no quiero aparecer como la vieja de mi época fue mejor! (risas). La única gran diferencia con el pasado o lo mejor de todo eso es que yo era joven fundamentalmente. Es un libro en donde aparecen también reflexiones sobre la inteligencia artificial, por ejemplo, o newsletters sobre la soledad, o el encabalgamiento de las eras. Esas cosas me resultan muy atractivas, quiero ver cómo funcionan, de qué están hechas. En el fondo es porque a mí no me gusta perderme los trenes, ¿viste?
– Seguís manteniendo la curiosidad por algunos fenómenos, aunque estemos atravesando tiempos inquietantes.
– Es que sí, mientras pueda, mientras el cuerpo me dé, mientras la cabeza me dé, me gusta probarlo. O sea, yo uso el Chat GPT para probar qué tiene para ofrecer, aunque por supuesto que me preocupa el Chat GPT. Diría que me preocupa y, sobre todo, me resulta perturbador. Porque es perturbador pensar que está cambiando ante nuestros ojos el concepto de verdad. Eso me resulta muy perturbador. Ni hablar que cuando empecé a reflexionar sobre esto, como se ve en el libro, no teníamos encima las reflexiones sobre la era de la crueldad que tenemos hoy.
Sentir que todos los días desde lo más alto del poder nos llaman ensobrados a los periodistas cuando no sabemos cómo pagar las cuentas la verdad que me parece bastante injusto. Y que haya gente que reproduzca eso sin pensarlo, porque hay de pronto cuatro, cinco, diez periodistas que ganan bien, me duele. Me duele en el mejor de los casos. Me enoja mucho.
– Hablábamos de tu rol como cronista pero, entre tus diversos intereses aparece, además de la política internacional, tu destacadísimo papel como entrevistadora que hoy podemos ver y escuchar, por ejemplo, en tu podcast Vidas prestadas. ¿En algún momento te diste cuenta de que había una chispa ahí, en ese género?
– Por un lado me gusta escuchar. Soy curiosa. Me gusta preguntar. Pero me gusta antes que nada escuchar. No me interesa tanto que se escuche lo que yo pregunto. A la vez, no me preocupa decir “no entendí, explicámelo de nuevo”. Me gusta la charla. Por supuesto que también me ha tocado hacer entrevistas duras. Yo me fui del diario Clarín haciéndole una entrevista al primer embajador que puso Sebastián Piñera en la Argentina. En esa charla el hombre hizo unas declaraciones completamente fuera de lugar y terminaron sacándolo. O sea, me fui de Clarín cargándome un embajador (risas). Sé que es un trabajo que puedo hacer. Y vuelvo a leer aquella entrevista y vuelvo a verme frente a un tipo que me dice que la mayoría de los chilenos no sintió la dictadura de (Augusto) Pinochet. Y yo diciéndole “por favor, qué me está diciendo”. Existe esa clase de periodista que siente que tiene que incomodar o buscar un título. A mí me gusta más la entrevista que hago de pronto con algún artista o con alguna persona por una historia de vida, en donde esa persona se siente tan cómoda conmigo que empiezan a salir cosas increíbles. Si me pongo a pensar en cuándo surgió mi interés por la entrevista en sí, no sé con exactitud pero recuerdo que una vez entrevisté para Clarín a la mamá de una piba que había muerto de SIDA. No se hablaba en los medios de entonces de HIV, lo llamábamos SIDA. De hecho, me acuerdo que pusieron un título que era “Mi hija murió de SIDA”. Imaginate, un título que hoy ni se nos ocurriría. Pero recuerdo que esa mujer a lo largo de los años me siguió escribiendo y yo ahí me di cuenta de que conversar con los otros y trasladar eso al papel era una función del periodismo que me gustaba mucho. Que me hacía bien a mí también. Y que podía hacerle bien a los otros. En el caso de las entrevistas con escritores en la radio o en el podcast me doy cuenta de que muchas veces se trata de llevar buenos momentos a la gente. En momentos tan duros como estos, ¿por qué el periodismo cultural no puede hacerlo? Por supuesto que cuando hago periodismo sobre política internacional no pienso en esos términos. Pero como periodista cultural sí. ¿Por qué no?
– ¿Cómo vivís estos tiempos en los que en Argentina, pero también, por ejemplo, en los Estados Unidos de Donald Trump nos enteramos de noticias como recortes o desfinanciamiento a las políticas públicas destinadas a la cultura o cuando distintas figuras de la cultura como actrices, escritores, cantantes son víctimas de hostigamiento por parte del poder?
– ¡Y también los periodistas son víctimas de esto! Empezaría en este caso por los periodistas en un momento en el que las últimas cifras dicen que el 80% de los periodistas de gráfica, por ejemplo, cobran por debajo de la línea de pobreza en el trabajo que más cobran, porque además tienen que tener más de un trabajo para subsistir. Sentir que todos los días desde lo más alto del poder nos llaman ensobrados a los periodistas cuando no sabemos cómo pagar las cuentas la verdad que me parece bastante injusto. Y que haya gente que reproduzca eso sin pensarlo, porque hay de pronto cuatro, cinco, diez periodistas que ganan bien, me duele. Me duele en el mejor de los casos. Me enoja mucho. Como hago internacionales también sé que no es algo que esté pasando solo acá. Y no es solo en el plano de la cultura, aunque claro que me parece espantoso lo que está ocurriendo con los desfinanciamientos. Porque, además, estoy cada vez más convencida que el desfinanciamiento tanto en Estados Unidos como acá no es por una cuestión económica sino ideológica, por todo lo que estamos viendo. Estamos realmente cerca de una tercera guerra mundial, si es que no está comenzando mientras estamos conversando. Porque lo venimos viendo. Durante muchos años el mayor temor era que se enfrentaran Irán e Israel. Bueno, eso ya lo estamos viendo. Tuvimos también la masacre de Hamas del 7 de octubre del 2023, algo que para mí también es un punto de inflexión. Para mí, como judía del mundo, y para todos nosotros. Asistimos a un reacomodamiento donde mucha gente que desde siempre fue prejuiciosa con los judíos, por no decir directamente antisemita, hoy acompaña al actual gobierno supremacista de Israel. Esto por supuesto que a mí no me confunde, pero hay gente a la que sí la confunde y lo cree. Hay gente que cree que determinados personajes están con Israel porque tienen simpatía por los judíos: lamento decirles que no. En todo caso, tienen más odio por los musulmanes. Y en todo caso, también, lo que le gusta es el supremacismo judío, algo que a mí particularmente me avergüenza. Cuando te dicen “esto no comenzó el 7 de octubre” es verdad. Pero esta última etapa sí comenzó con un hecho de terror en el sur de Israel, donde no viven los supremacistas judíos sino que viven los que más cerca estuvieron siempre del pueblo palestino. Entonces esto es algo que modificó por completo el esquema, incluso te diría el esquema ideológico. Y así como las mujeres del mundo o las organizaciones de mujeres del mundo en muchos sentidos abandonaron a las mujeres israelíes, la izquierda del mundo también abandonó a la izquierda judía. A la izquierda israelí y a la izquierda judía. Así que hay una soledad importante.
– Sobre todo esto también pudiste escribir en el newsletter. ¿Sentías que era el momento de hacerlo, pese a los debates o las posiciones muchas veces muy duras?
– Sí, escribí mucho sobre eso. Y estoy muy tranquila con todo. Estamos en un momento de binarismo muy fuerte. Hoy leía justamente un texto de Thomas Friedman que señalaba que vos podés observar varias cosas que se contradicen entre sí al mismo tiempo y vos podés estar en contra de varias cosas al mismo tiempo. No quiere decir que vos tenés que estar con Hamas o con Netanyahu. Podés estar en contra de Hamas y de Netanyahu y va a estar bien. Mucha gente me escribió en ese momento para decirme “estás diciendo lo que yo hubiera querido decir”. Por suerte no recibí hate en ese sentido. No sé, está bien complicado todo eso. Es un tema que quema. Y por eso lo escribí. Porque además creo que es peor si no hablamos.
– En este mundo turbulento, de todos modos, en tu libro decidiste pensar en la felicidad, en eso que nos lleva a querer ser felices. ¿Qué imagen, qué foto, qué cara representa para vos la felicidad hoy?
– Bueno, en este momento es muy difícil para mí sustraerme de la cara de mi nieta Miki, de los gestos, de su aprendizaje y de toda su lengua porque es una especie de radio multilingüe. Por donde vive y por la casa de los padres, que hablan en lenguas diferentes. Ella es una esponja y me encanta. Me da mucha felicidad, por ejemplo, cantarle por Zoom. Por la diferencia horaria, cuando ella se levantó de la siesta y está con la merienda, nos conectamos y yo le canto. ¡Y ella me llama ‘bobe’ en idish! Es muy difícil para mí sustraerme de esa felicidad. Pero como te digo esto, te digo también que hay ciertas cosas de las artes visuales, y de la pintura en particular, que me provocan una felicidad enorme y me siguen entusiasmando. O un concierto de Paul McCartney en familia por ejemplo, como nos pasó hace poquito. Ese tipo de instancias si querés más íntimas, con mi familia, con las personas que quiero. Porque lamentablemente desde lo colectivo me está costando encontrar cosas que tengan que ver con felicidad.
ALMG